. . . hasta que la muerte nos separe


Era de noche y las estrellas brillaban sin parar. Todo parecía tragado por la tierra, no sólo la naturaleza, sino también el corazón asustado de Rosa, que latía muy fuerte.
Al instante se escuchó un ruido y a ella casi le da un infarto, pero recuperó el aliento después de verlo a él.
'El Guero´ se le acercaba poco a poco, con una mirada tierna y los ojos llenos de lágrimas. Rosa corrió hacia él con mucha prisa y le gritó en voz muy alta:
- ¡Mi Güero!. . . 
En sus manos, entre sus brazos, bajo su mirada, Rosa empezó a asomarse de verdad al amor. Este era su momento y quizá, el último.
Dentro de la cueva donde se escondían, las luces de las velas prendidas se apagaron lentamente. Se quedaron a plena oscuridad.
Fuera, la tierra se estremecía bajo sus cuerpos enlazados y el sol de la madrugada danzaba en lo alto, renovándoles el ardor.
Por momentos, entre abrazos y abrazos, Rosa lloraba largamente su pecado, pero empezaba a comprender sin embargo, que aquello no podía durar mucho. Era un hecho.
La historia de las dos almas desamparados se terminaba ahí, porque había llegado el momento de despedirse para siempre.
Su pecado tenía un precio y ese precio era la muerte.
De pronto, el día que reinaba el mundo les daba señales de que lo suyo tenía que acabarse.
Como dicen, cuanto más tardas en morir, menos suerte tienes y por eso, Rosa y el Güero habían decidido poner fin a sus vidas, para que más allá de este mundo, en el Edén, la buena suerte les sobre.
- Felices y juntos, hasta que la muerte nos separe y aún más adelante. . .

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