Reflexionando sobre la reflexión en el portafolio educativo



El portafolio educativo me parece una herramienta muy útil e interesante para toda aquella persona que quiera implicarse en su propio proceso de aprendizaje en la materia que desee. Un alumnado así, es decir, crítico, comprometido y perseverante, es más propio de unas etapas educativas que de otras. Actualmente trabajo con alumnos de educación secundaria en Rumanía donde, desde luego, hay alumnos con este perfil, pero es un porcentaje muy reducido.

El alumnado en el sistema educativo de este país no se siente motivado por aprender, se queja de una enseñanza donde prima el proceso de memorización y repetición, donde se imparten materias solamente en un plano teórico y las evaluaciones apenas difieren de si se poseen o no los conocimientos mínimos requeridos. Sin embargo están tan acostumbrados a trabajar de esta ingrata forma que cuando se les intenta motivar con actividades que requieran de cierta reflexión les cuesta, en líneas generales. Les resulta difícil contestar a preguntas tales como qué quieres aprender, por qué, para qué, cómo, etc. ya que esperan a que el docente se lo diga. Ante este panorama es complicado, aunque no imposible, introducir una herramienta como esta.

Personalmente creo que el gran valor añadido del portafolio es el apartado que nos ocupa hoy: la reflexión. Aspectos como la organización, selección, puesta en valor de nuestro trabajo,…, son, sin duda, muy importantes en sí mismos y, además, facilitan al alumnado tener una visión única e integradora de la materia. Esto redunda en ese ser consciente de su proceso de aprendizaje. Pero, para mí, como ya he señalado, el hecho de que el alumnado de un paso más en lo que es “aprender a aprender” al reflexionar sobre el trabajo que ha realizado es la clave del éxito del portafolio educativo.

En mi caso, dadas las particularidades del alumnado y del sistema educativo en el que me encuentro inmersa ahora mismo, no es posible trabajar con un portafolio digital ya que, en primer lugar, muchos alumnos no cuentan con un ordenador o una conexión a internet; en segundo lugar, algunos no poseen unos conocimientos suficientes para crear documentos de distinta índole o un blog; y, finalmente, una gran mayoría lo vería como una tarea impuesta por lo que pierde esa connotación de retadora y motivadora. Pero sí se puede introducir la reflexión en los trabajos que se hagan en clase con ayuda del docente, quien debiera realizar una serie de preguntas que guíen al alumno en este acto. Muchas veces los profesionales de unos y otros campos nos llenamos la boca de teoría pero no ponemos los pies en la tierra, no somos capaces de poner en práctica tanta palabra seductora.

La reflexión sobre un trabajo propio supone, como es lógico, el aprender de nuestra propia experiencia; al alumno no le han contado que si hace esto pasa lo otro, si no que él mismo puede comprobar qué ha sucedido. La mayoría de las veces los alumnos hacen cosas porque se les pide que las haga pero no llegan a ser conscientes de qué hay detrás de ese trabajo. En las aulas se sigue queriendo trasmitir muchos conocimientos (exigencias del guion) por lo que no hay tiempo para pensar por qué se hacen las cosas.


Estoy convencida de que en cuanto el alumno se siente y reflexione con tranquilidad sobre el por qué ha hecho esto de esta forma y no de otra, para qué lo ha hecho, cómo lo hechos, etc., es decir, se pregunte sobre su propia forma de hacer las cosas, podrá advertir qué ha aprendido y qué debía de haber aprendido. Hay aspectos que por desconocimiento, pereza, olvido o falta de interés, no se han tenido en cuenta pero, si no se reflexiona, dichos conocimientos se habrán perdido. En el momento en el que el alumno es consciente de ello podrá actuar en consecuencia, aprenderlos o no, pero ya será un acto consciente y maduro, ya habrá un aprendizaje concreto detrás de tal forma de actuar.


Tras conocer los aspectos susceptibles de mejora y decidir que sí se quiere trabajar con ellos el alumno puedo comenzar a sentir cierta motivación que, desde luego, deberá ser apoyada por el profesorado. El alumno con ayuda deberá fijarse unos retos y realizar una planificación concreta para conseguirlos. Para esto deberá poner en marcha diferentes estrategias y así idear, ordenar, programar, exponer y defender sus proyectos de mejora. Todo esto, sin lugar a duda, es una fuente de aprendizaje excepcionalmente valiosa pero no solo en el ámbito académico sino también en el personal; dado que esta persona está implicándose en su propia vida, cogiendo las riendas de su camino sea en el campo que sea. Por todo ello, yo soy una gran defensora de que la reflexión se debe convertir en una actividad presente en todo trabajo, en el del alumnado y, sobre todo, en el nuestro, como docentes que somos.

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